Navarra y sus gaiteros

100 años del concurso de 1924

1924 fue el año en que Pamplona acogió el Gran Concurso de Gaiteros Navarros, un evento que marcó un momento clave en la historia menuda de aquella Navarra de comienzos del siglo XX. Más allá de un certamen, el concurso fue un punto de encuentro entre generaciones, repertorios y maneras de hacer sonar la gaita.

Aquel día dejó una profunda huella en la historia de la gaita navarra: revalorizó el instrumento, influyó en una generación de músicos que décadas después aún recordaban la efeméride, y tuvo un impacto directo en el desarrollo de la gaita y su música.

Cien años después, esta exposición recoge ese legado a través de imágenes, documentos, partituras e instrumentos, con el deseo de recordar a quienes han hecho posible que la gaita siga formando parte de nuestra memoria sonora, desde las épocas anteriores al concurso hasta hoy.

Los inicios

Generalmente, las cosas no empiezan en una fecha concreta; se van tejiendo a lo largo del tiempo, casi sin que nadie lo advierta. La gaita es un buen ejemplo de ello.

Mucho antes de concursos y certámenes, su sonido ya acompañaba la vida de pueblos y ciudades, en bailes, procesiones y celebraciones populares. De hecho, las Cortes de Navarra, en 1716, llegaron a regular por ley los bailes con gaitas, guitarras, juglares y otros instrumentos, ante la preocupación por los desórdenes y excesos que se ocasionaban.

Los documentos hablan por sí solos. En los siglos XVII y XVIII, aparecen contratos, encargos, normativas… Entre ellos, cabe destacar uno de los primeros testimonios conocidos. Se trata del contrato de Miguel de Zudaire, tejedor y gaitero en formación hacia el año 1672.

En aquel tiempo, ser gaitero no era solo tocar un instrumento: era un oficio, una transmisión familiar, una forma de estar presente en la vida colectiva. Y todo eso fue construyendo la tradición sobre la que hoy seguimos caminando.

Ley de 1716 de las Cortes de Navarra, prohibiendo bailes al son de julares, gaitas, guitarras y otros instrumentos.

Los primeros concursos

El certamen de 1924 no fue el único. Años antes, a finales del siglo XIX, Pamplona organizaba concursos de gaiteros; citas que reunieron a músicos de distintos lugares y estilos. Entre ellos, el más conocido fue el de 1889, celebrado en la plaza de toros.

Aquel día participaron algunos de los gaiteros más reconocidos del momento. Se vendieron más de mil entradas, a 0,25 pesetas, y la respuesta del público fue entusiasta. Se establecieron premios con dotación económica y, una vez descontados los gastos, el beneficio final –39 pesetas– fue donado a la Meca.

Entre los premiados ya figuraban nombres que resonarán más adelante, como Nicolás Virto, Demetrio Romano o Laureano Recalde.

El de los certámenes no supuso todavía un reconocimiento institucional pleno para la gaita, pero sí fue un gesto significativo. Una semilla. El eco de aquel certamen, y el sentimiento que generó en músicos y espectadores, puede considerarse el precedente natural del gran concurso que vendría décadas después. Pero, sobre todo, deja ver hasta qué punto la gaita formaba parte de la sociedad de su tiempo  y  cuál era  el interés  real que  despertaba  entre la gente.

Recorte de prensa con el programa de actos del concurso de 1889.

Tamborileros y gaiteros premiados en el concurso de 1890.

1° Premio: Dn. Nicolas Virto

2°Premio: Dn. Demetrio Romano

3°Premio: Dn. Valeriano Vela

La familia Romano

Entre los nombres que marcaron una época, pocos tan significativos como los Romano. Julián Romano fue uno de los grandes gaiteros y músicos navarros de su tiempo. Su hijo, Demetrio Romano Vidaurre, heredó no solo el oficio, sino también el compromiso con la transmisión de la música popular.

Demetrio obtuvo el segundo premio en los concursos de 1889 y 1890. Además, desarrolló una labor decisiva: recopiló y ordenó los numerosos repertorios de su padre en unos cuadernos manuscritos que, aún hoy, constituyen la base principal del repertorio clásico de gaita en Navarra.

Gracias a su trabajo paciente y meticuloso, se conservaron muchas de las melodías tradicionales que, de otro modo, podrían haberse perdido. Una contribución silenciosa que se convirtió en fundamental para la conservación del repertorio clásico de gaita navarra.

 

Delegación navarra en la boda de Alfonso XII y M.ª de las Mercedes Orleans (1878). Entre los asistentes, Julián Romano y su hijo Demetrio, con el tambor.

El concurso de 1924

Pasaron los años y, en medio de una sociedad cada vez más convulsa, en la que las manifestaciones artísticas empezaban a reflejar lo que se conoció como nacionalismo musical –una corriente que buscaba reafirmar la identidad cultural de cada comunidad a través de sus músicas tradicionales y formas de expresión propias–, se llegó a 1924.

Ese año, en plena Semana Santa, el Ayuntamiento de Pamplona organizó y anunció en prensa, entre otros actos, el Concurso de Gaiteros Navarros, una convocatoria oportuna, pensada para revitalizar un instrumento cuyos intérpretes, en muchos casos, ya eran de edad avanzada.

El concurso respondió plenamente a la realidad del momento y tuvo un impacto que superó lo inmediato: resonó durante décadas, tanto entre quienes participaron como entre quienes vinieron después. Adquirió tal entidad que hoy, cien años más tarde, sigue siendo motivo de conmemoración.

Fue, sin duda, una iniciativa valiosa y bien encaminada. Una apuesta decidida por dar valor a la gaita y al oficio de gaitero, en un tiempo en que las costumbres empezaban a cambiar y el espacio público comenzaba a transformarse.

Más que un concurso

El Concurso de 1924 fue algo más que una exhibición musical: fue una convocatoria formal, estructurada y cuidadosamente organizada, en la que se combinaron tradición, criterio y voluntad institucional.

El certamen se rigió por unas bases detalladas, que establecían los criterios de participación, el sistema de premios y el desarrollo de las pruebas. La interpretación de una obra obligada se complementaba con piezas de libre elección, lo que permitía valorar tanto la técnica como la personalidad musical de cada gaitero. Se preveían clasificaciones, pagos, actas oficiales y orden de participación mediante sorteo.

Los participantes llegaron de distintos puntos de Navarra, con repertorios propios, estilos diversos y maneras distintas de hacer sonar la gaita. Esa pluralidad fue también una de las riquezas del concurso.

 

Un jurado con prestigio

El jurado, presidido por Alberto Huarte, estuvo compuesto por figuras destacadas del ámbito musical y cultural de la ciudad: Santos Laspiur, director de la Academia Municipal de Música; Remigio Múgica, director del Orfeón Pamplonés; Julián Sánchez Mayoral, director de la Banda del Regimiento de América; Néstor Martín, director de la Banda de la Constitución; Valentín Fernández, profesor de la Academia de Música y Silvanio Cervantes, director de la Banda de Música «La Pamplonesa».

El desarrollo del certamen se cuidó con detalle: los gaiteros se reunieron en la casa Huarte, en la calle Mayor, y, desde allí, se trasladaron al Teatro Gayarre, donde aguardaron su turno.   La interpretación se llevó a cabo en el quiosco de la Plaza del Castillo, ante numeroso público y con el jurado congregado en ese mismo lugar. Todo se desarrolló con orden, formalidad y seguimiento institucional.

Fantasía Navarra

Entre las piezas interpretadas en el Concurso de 1924, destacó una obra singular: Fantasía Navarra, compuesta expresamente para la ocasión por Silvanio Cervantes, director de la Banda de Música «La Pamplonesa».

Fue una obra de obligada interpretación, escrita para poner a prueba a los participantes, combinando elementos tradicionales con formas musicales más elaboradas. Su nivel técnico y estético marcó un antes y un después: no era una pieza sencilla entonces, ni lo es ahora. Supuso un verdadero reto y un punto de encuentro entre tradición e innovación.

La prensa del momento destacó su calidad, describiéndola como «una bella composición, genuinamente navarra». Cervantes supo aunar inspiración musical con conocimiento profundo del instrumento y de las posibilidades reales de los gaiteros.

Con el tiempo, Fantasía Navarra se ha convertido en una referencia del repertorio navarro, una obra con entidad propia más allá del certamen para el que fue creada.

En este centenario, ha vuelto a sonar, esta vez adaptada para banda y gaita, como homenaje a su relevancia dentro del concurso pero, sobre todo, como reconocimiento a su valor histórico y musical.

La foto del 24

De aquel concurso apenas conservamos unos pocos testimonios gráficos. El más icónico es, sin duda, la fotografía de los participantes, coloreada, en este caso, con motivo del centenario.

La imagen fue obtenida el 21 de abril de 1924 en el patio de la casa Huarte, en la Calle Mayor, desde donde los participantes partieron después hacia el Teatro Gayarre y la Plaza del Castillo. Su minucioso análisis aporta una valiosa información sobre la situación de la gaita y los gaiteros en la época.

Fotografía coloreada de los participantes en el concurso de 1924, tomada en el patio de la casa Huarte, en la Calle Mayor.

El fallo del jurado

El concurso concluyó con la entrega de premios y la clasificación oficial, recogida en acta. Se valoró tanto la interpretación de la obra obligada como el repertorio libre, y se reconocieron méritos individuales y por parejas.

En la categoría de solistas, el primer premio fue declarado desierto. El segundo premio se otorgó a Julián Matute, de Viana, de 68 años, junto con un diploma de honor y 50 pesetas. Recibió también una mención honorífica Luis Mondéjar, de Pamplona.

Matute había acudido durante más de veinte años a tocar en las fiestas de Pamplona, acompañado habitualmente por Nicolás García, su compañero de dúo. Sin embargo, García no pudo participar en el concurso por no considerarse navarro de residencia, pese a su estrecha vinculación con la ciudad y a una trayectoria musical cuyo legado sigue vivo aún hoy.

En la categoría de parejas, se concedieron dos primeros premios: uno a Jesús y Cesáreo Lumbreras, de Pamplona (con Alfredo Lumbreras al tambor), y otro a Evaristo y José Pérez, de Estella (con Eugenio Pérez al tambor). El segundo premio fue para Moisés y Edilberto Elizaga, también de Estella, y se otorgó una mención honorífica a Rafael y Fermín Carasatorre (con Daniel Carasatorre al tambor), de Etxarri Aranatz.

Según las crónicas, los gaiteros premiados recorrieron las calles de la ciudad al anochecer, en un ambiente festivo que algunos describieron como propio de los sanfermines. El público respondió con entusiasmo, y la prensa recogió ampliamente el acontecimiento.

Fotografía de participantes, jurados y publico, crónica del concurso y diario de Navarra.

El eco del concurso

Más allá del resultado y de los premios, el concurso dejó una huella profunda. Sirvió para visibilizar la gaita, reunir a músicos de distintos puntos de Navarra y poner en valor estilos diversos, repertorios distintos y maneras personales de hacer sonar el instrumento.

Por supuesto, como en todo concurso que se precie, también hubo debate, opiniones encontradas y algunas disconformidades entre los propios participantes. Como todo acto vivo, fue valorado desde diferentes perspectivas.

Con el paso del tiempo, muchos de quienes participaron recordaron aquella jornada con orgullo, pero con sus propios matices. Eugenio Pérez, uno de los ganadores, reconocía años después que no todos los intérpretes estuvieron a la altura. Y Felipe Induráin afirmaba en 1979 que «ahora se toca mucho mejor que antes».

Aquel concurso estableció una referencia perdurable. La gaita siguió su camino con altibajos, pero aquella jornada quedó grabada en la memoria de quienes la vivieron y también en la de quienes, años después, se acercaron al instrumento y se formaron como nuevos intérpretes.

 

El tiempo después

Tras el Concurso de 1924, la gaita mantuvo su presencia en Pamplona, especialmente ligada a fiestas y actos populares. De hecho, algunos participantes aprovecharon el eco del certamen para ofrecer sus servicios al Ayuntamiento de la ciudad. Sin embargo, con el paso del tiempo, empezó a notarse una cierta pérdida de continuidad y relevo generacional.

En 1942, el Ayuntamiento promovió la enseñanza de nuevos gaiteros a través de una academia, encomendada a los músicos de la Banda de Música «La Pamplonesa». El objetivo era claro: formar nuevos intérpretes y garantizar la continuidad del instrumento. Se organizaron pruebas de acceso, se inició la formación y se constituyeron dos bandas de gaiteros municipales, que en pocos años se redujeron a una sola.

Fue Jesús Mondéjar quien, con esfuerzo personal y compromiso, logró mantener viva esa banda hasta su fallecimiento en 1958. Aquel intento institucional chocó con la falta de estructuras sólidas para la enseñanza y con la ausencia de apoyo desde la iniciativa privada.

En ese contexto, la gaita siguió sonando, pero sin un sistema estable de formación que asegurase su continuidad a largo plazo. La voluntad existía, pero no así los medios ni las condiciones necesarias, en una época marcada por la posguerra y por la precariedad del ámbito cultural y formativo.

Aun así, aquella etapa dejó su huella y sentó un precedente importante: la necesidad de apostar por la enseñanza si se quería (o si se quiere) asegurar el futuro del instrumento.

Carta enviada por Moisés Elizaga al Ayuntamiento de Pamplona en 1924 tras el concurso, en la que ofrecía sus servicios para las fiestas de San Fermín.

Carta enviada por el Ayuntamiento de Pamplona a los gaiteros Hermanos Lacunza, informándoles de la solicitud realizada al conservatorio para incluir los estudios de gaita en su oferta formativa.

Jesús Mondéjar Cruz

Décadas de dificultad

Durante buena parte del siglo XX, la gaita navarra vivió un proceso lento de decadencia. Faltaban intérpretes, se perdían repertorios y las herramientas tradicionales para la fabricación del  instrumento  eran  cada  vez  más difíciles de encontrar.

El relevo generacional no siempre estaba garantizado, y el entorno social y musical cambiaba a gran velocidad. El instrumento seguía presente en algunas fiestas, pero su papel se reducía y su continuidad empezaba a depender de esfuerzos puntuales más que  de una transmisión estable.

Pese a todo, algunos músicos y familias mantuvieron viva la llama, evitando que se apagara del todo.

Entre todos ellos, destaca con luz propia Eugenio Pérez «el Zapaterico», referente indiscutible de su época. Formado en un entorno familiar profundamente musical –su padre Evaristo fue compañero de Demetrio Romano durante años–, Eugenio heredó el legado sonoro de figuras como el propio Demetrio o Julián Romano, conocido como «Pico de Ángel», y bebió de los repertorios transmitidos a través de sus valiosos cuadernos.

Violinista, saxofonista y amante del jazz, Eugenio Pérez aportó a la gaita una mirada personal, rigurosa y moderna. Ya en los años 40, tras establecerse en San Sebastián, el contacto con nuevos entornos musicales le permitió mejorar notablemente la arquitectura de la doble lengüeta, marcando un antes y un después en el desarrollo técnico de la gaita navarra.

Su figura representa ese difícil equilibrio entre la tradición heredada y la apertura a nuevas influencias. Y también demuestra que, incluso en los momentos más inciertos, siempre hubo quien supo mirar hacia adelante.

Eugenio Perez (Padre), José Pérez y Eugenio Pérez (Hijo)

El inicio de la recuperación

A mediados del siglo XX, el interés por conservar el sonido de la gaita navarra dio lugar a algunas iniciativas clave. Entre ellas destaca la grabación impulsada por Francisco Beruete Calleja, secretario del Ayuntamiento de Estella y figura destacada en  la  defensa  del  patrimonio  cultural de su ciudad.

Desde su posición, y ante la imposibilidad de establecer un sistema de enseñanza estable, Beruete tomó una decisión personal, sabia, pragmática y determinante: grabar un disco     que dejara constancia del sonido y estilo de los gaiteros de su tiempo. Lo hizo junto a los hermanos Montero, gaiteros de Estella, con quienes logró registrar uno de los primeros  discos dedicados íntegramente a la gaita navarra.

Afortunadamente, los gaiteros de Estella representaron el relevo directo de lo que había existido hasta entonces, manteniendo viva la presencia del instrumento hasta  mediados         de los años 60.

Entonces, comenzaron a surgir nuevos impulsos que marcaron el inicio de la recuperación de la gaita navarra, después de décadas difíciles.

En 1968 se dio un paso significativo con la aparición de un nuevo modelo de gaita, fruto del trabajo, la observación y el compromiso de quienes empezaban a mirar al instrumento desde una perspectiva renovada.

Poco después, en 1975, se reconstituye la banda municipal de gaiteros, integrada por músicos comprometidos con su entorno, con el repertorio tradicional y con el deseo de que la gaita volviera a ocupar un lugar activo en la vida cultural.

Estos pasos no nacieron de grandes estructuras ni de proyectos institucionales ambiciosos, sino del esfuerzo constante y discreto de personas que apostaron por mantener viva una música propia de su tierra.

 

Cien años después

Cien años después, el concurso de 1924 sigue siendo un referente para quienes mantienen viva la gaita navarra. Su recuerdo ha servido para impulsar investigaciones, reediciones musicales y nuevas interpretaciones del repertorio.

Esta exposición forma parte de esa conmemoración. También lo son las actividades organizadas en torno al centenario: conciertos, publicaciones, grabaciones y encuentros que, más allá del homenaje, refuerzan el vínculo entre tradición y presente.

El eco de aquel concurso todavía resuena, y nos invita a mirar hacia adelante sin olvidar de dónde venimos.

Fotografía conmemorativa del centenario del concurso

Mirando el futuro

El sonido de la gaita ha atravesado siglos, transformaciones y silencios. Hoy sigue presente gracias al trabajo de músicos, constructores, docentes y colectivos que creen en su valor cultural y social.

El futuro pasa por seguir enseñándola, tocándola y compartiéndola, pero también por una apuesta clara: incorporar su aprendizaje en academias y escuelas de música, garantizando así su transmisión a nuevas generaciones.

Como ya planteara el concurso de 1924 en su momento, el cuidado del instrumento y el impulso a su continuidad siguen siendo cuestiones esenciales.

Pero ese futuro no depende solo de los músicos. También requiere el compromiso de las instituciones, el apoyo de los ayuntamientos y la complicidad de quienes, en calles y plazas, siguen reconociendo en su sonido  una parte valiosa de la cultura.

Así pues, sirva esta exposición también como gesto de compromiso con los intérpretes del mañana: con quienes, dentro de 25 años, tengan presente el valor de aquel concurso, el camino construido hasta hoy y el que les tocará seguir recorriendo.

Concierto de Gaiteros de Pamplona y la Banda de Música <<La Pamplonesa>> en el Teatro Gayarre, en conmemoración del concurso de 1924 (2024).

Agradecimientos Eskerrak honakoei

Archivo Municipal de Pamplona Iruñeko Udal Artxiboa

Archivo Real y General de Navarra Nafarroako Errege Artxibo Nagusia

Diario de Navarra

Dokuzain

Mikel Legaristi